¿Por qué disfrutamos tanto con las canciones?

La música nos genera placer por la combinación de las expectativas que tenemos de una pieza y la sorpresa que sentimos al escuchar un tema. Esta es la conclusión de un equipo de científicos que ha estudiado 80.000 acordes de 745 canciones de pop

¿Por qué la gente disfruta tanto con temas como Ob-la-di, ob-la-da, de The Beatles por ejemplo? Un estudio liderado por la Universidad de Bergen (Noruega) indica que el placer que genera la música deriva de la combinación correcta de incertidumbre y sorpresa que se siente ante la sucesión de acordes en las canciones.

Los humanos pueden disfrutar de una pieza musical simplemente por cómo se ordenan los sonidos en el tiempo

“Es fascinante que los humanos puedan disfrutar de una pieza musical simplemente por cómo se ordenan los sonidos en el tiempo”, dice Vincent Cheung del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebrales Humanas, Alemania y primer autor del trabajo que publica la revista Current Biology.

Hasta ahora, no se sabía por qué nuestras expectativas sobre una canción pueden provocar placer ya que, según los autores, la mayoría de los estudios se centraban solo en la influencia del factor sorpresa.

“Las canciones que encontramos agradables son probablemente aquellas que logran un buen equilibrio entre saber lo que sucederá después y sorprendernos con algo que no esperábamos. Comprender cómo la música activa nuestro sistema del placer en el cerebro podría explicar por qué escuchar música nos ayuda a sentirnos bien”, añade Cheung.

Lo que nos provoca placer es la correcta combinación de la incertidumbre y la sorpresa que nos genera una canción

Para evaluar conjuntamente los indicadores de expectativa y sorpresa, los investigadores estudiaron 80.000 acordes en 745 canciones clásicas de pop recogidas en Billboard, la revista semanal estadounidense especializada en información musical.

Utilizaron un modelo de aprendizaje automático (una rama informática de inteligencia artificial) para cuantificar matemáticamente la incertidumbre y la sorpresa que provocaba en los oyentes la progresión de estos acordes. Además, quitaron la letra y la melodía de las canciones para evitar que los oyentes no pudieran reconocerlas. “De hecho, ningún participante lo consiguió”, reconoce a Sinc Stefan Koelsch, profesor de la universidad noruega y autor principal del estudio.


Vincent Cheung, coautor del estudio, escuchando música. / MPI CBS

Los resultados, publicados en la revista Current Biology, muestran que los individuos disfrutaban mucho con una canción cuando creían que sabían lo que venía a continuación y finalmente no se cumplían sus predicciones, es decir, cuando se sorprendían.

Por otro lado, cuando los individuos no sabían lo que vendría después, apreciaban más que los acordes posteriores no fueran sorprendentes. Por tanto, lo importante es que haya equilibrio en la combinación. “Hemos demostrado que el placer depende de la interacción entre los estados de expectativa retrospectiva y prospectiva”, insiste el investigador.

“Probablemente, muchos compositores como Bach o Mozart ya conocían la conexión exacta y por eso fueron tan exitosos. Pero es posible que en el futuro veamos más música producida mediante inteligencia artificial y que los algoritmos se basen en gran medida en nuestros actuales hallazgos”, declara Koelsch.

El placer que sentimos con la música se refleja en tres regiones cerebrales: la amígdala, el hipocampo y la corteza auditiva

Las respuestas del cerebro ante la música

Los investigadores utilizaron la resonancia magnética funcional –que permite mostrar en imágenes las regiones cerebrales activas–, y encontraron que el placer musical se reflejaba en tres regiones cerebrales: la amígdala, el hipocampo y la corteza auditiva. Estas regiones tienen un papel importante en el procesamiento de las emociones, el aprendizaje y la memoria, y el del sonido, respectivamente.

Por otro lado, durante mucho tiempo se estudió el núcleo accumbens –un área cerebral o ‘centro de placer’ que procesa las expectativas de recompensa – y se creyó que este reaccionaba ante la sorpresa que sentían los individuos al escuchar un acorde que no esperaban. “Sin embargo, esta área realmente no reaccionaba por el factor sorpresa, sino por la incertidumbre que había en la mente de los oyentes, lo que provocaba que quisieran escuchar el siguiente acorde”, explica el autor.

Este hallazgo podría hacer que en el futuro se valore la combinación de estos dos factores –expectativa y sorpresa– en los efectos que tienen en las personas otras formas de arte como la danza o el cine. Además, los resultados podrían dar pie a la creación de algoritmos que generen música de manera artificial o ayudar a los compositores a escribir música.

El siguiente paso de los investigadores es observar cómo fluye la información a través de diferentes partes del cerebro con el tiempo y saber por qué a la gente se le pone la piel de gallina con la música.

“Creemos que hay un gran potencial en combinar el modelado computacional y las imágenes cerebrales para entender mejor no solo por qué disfrutamos de la música, sino también lo que significa ser humano”, concluye Cheung.

The Style Council – My Ever Changing Moods (Piano Version)

Daylight turns to moonlight – and I’m at my best Praising the way it all works – gazing upon the rest The cool before the warm The calm after the storm The cool before the warm The calm after the storm I wish to stay forever – letting this be my food But I’m caught up in a whirlwind and my ever changing moods Bitter turns to sugar – some call a passive tune But the day things turn sweet – for me won’t be too soon The hush before the silence The winds after the blast The hush before the silence The winds after the blast I wish we’d move together – this time the bosses sued But we’re caught up in the wilderness and an ever changing mood Teardrops turn to children – who’ve never had the time To commit the sins they pay for through – another’s evil mind The love after the hate The love we leave too late The love after the hate The love we leave too late I wish we’d wake up one day – an’ everyone feel moved But we’re caught up in the dailies and an ever changing mood Evil turns to statues and masses form a line But I know which way I’d run to if the choice was mine The past is knowledge the present our mistake And the future we always leave too late I wish we’d come to our senses and see there is no truth In those who promote the confusion for this ever changing mood

Long cool Woman. The Hollies

Wolfman Jack introduce «Long cool Woman» interpretada por el grupo de rock británico The Hollies. La página de «Queen of Pin Ups» Bettie aparece en tacones altos, guantes y no mucho más. Los Hollies http://www.hollies.co.uk/ es un grupo de pop / rock inglés, mejor conocido por su estilo pionero y distintivo de armonía vocal en tres partes. The Hollies se convirtió en uno de los principales grupos británicos de la década de 1960 y hasta mediados de la década de 1970. Fue formado por Allan Clarke y Graham Nash en 1962. Graham Nash dejó el grupo en 1968 para formar el súper grupo Crosby, Stills & Nash. Long Cool Woman es una canción escrita por Allan Clarke, Roger Cook, y Roger Greeaway apareció originalmente en el álbum Distant Light, fue lanzado como un single en abril de 1972 Wolfman Jack – Robert Weston Smith – nació: 21 de enero de 1938 en Brooklyn Nueva York Fue uno de, si no el mejor DJ de la historia de la radio estadounidense. Ingenioso, hecho a sí mismo y una voz única de grava. Wolfman murió de un ataque al corazón el 01 de julio de 1995 en Belvidere, Carolina del Norte. Bettie Mae Page, nacida en 1923, fue una modelo estadounidense que ganó un perfil significativo en la década de 1950 por sus fotos pin-up. A menudo conocida como la «Reina de los Pinups», su cabello negro azabache, sus ojos azules y su flequillo característico han influido en los artistas durante generaciones. Bettie Page murió de un ataque al corazón en 2008. Visite: https://www.bettiepage.com/

En recuerdo de Marcos Mundstock

Marcos Mundstock, fotografiado en 2007.Marcos Mundstock, fotografiado en 2007.JUAN MABROMATA / AFP
DANI ALÉS

Miembro fundador de Les Luthiers (1967), Marcos Mundstock formaba con Daniel Rabinovich un dúo que, al actuar, guardaba una relación con el resto del grupo similar a la de un diamante con el anillo de oro al que se engarza. Con ellos uno nunca sabe qué admirar más, si la calidad de su comedia, o la de su música. Como sucede, a veces, con las grandes obras artísticas, sus creaciones son inclasificables, con lo incómodo que es eso a la hora de otorgar un premio Max, un Grammy, o el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.

No sé si la profesión de su padre (relojero) influyó en su precisión con el lenguaje. Debemos al teórico del “diptongonante” algunos de los más impresionantes malabares idiomáticos, con los que hizo reír a su estimado público (estimado en unas ochocientas personas, por lo visto). Como el mejor Quevedo, retorcía las palabras en forma y sentido, jugaba con la confusión y el equívoco, sugería la ambigüedad, dominaba el calambur y la litote. En un vídeo formidable con el que participó a distancia en el Congreso Internacional de la Lengua de 2019, además de plantear a la RAE una serie de sugerencias sublimes para enmendar ciertas imprecisiones del castellano (como bien señaló su amigo Álex Grijelmo), presentaba palabras nuevas como cinecólogo, médico de actrices de Hollywood, que podían llegar a sufrir actritis. Aficionado a la etimología, nos enseñó que un suicida no es el que mata a un suizo, sino alguien que se quita la vida “a sui mismo”, o que la musa de los escarabajos es la escaramusa [sic]. Pero su erudición iba más allá del español, aunque no vamos a extendernos aquí en su dominio del inglés, pues “time is money”, ya saben: “el tiempo es un maní”.

Como Borges, como Maradona, como Federico Lupi, nos hizo enamorarnos de Argentina. Sus actuaciones han sido pieza clave en la educación humorística de innumerables espectadores que las fuimos descubriendo en cintas de casete

Su ascendencia judía no le impidió asomarse a la hagiografía de san Ictícora de los Peces, distinguir entre los grandes adeptos al Islam (los «muy sulmanes»), y los que solo seguían en parte los preceptos de Mahoma (los «mahomenos»), o dar a conocer la secta del telepredicador Warren Sánchez (secta, porque antes había fundado otras cinco). Sin él, nunca habríamos sabido que la oración se compone de sujeto y predicado porque «nunca se ha sentido mejor sujeto que cuando ha predicado».

Ha caído la mejor barba de la comedia de guante blanco, el biógrafo de Manuel Darío, de D. Rodrigo Díaz de Carreras, de Oblongo ‘Ngue, de Cantalicio Luna, de Kathy, la reina del saloon (Kathy reina, por un poquito no lo fue). Escipión, el político corrupto de las himnovaciones, el inolvidable presentador de «Entreteniciencia familiar», el tipo que mejor improvisó jamás la vida del célebre compositor Lajos Himrenhazy, el cual cuando nació fue el menor. El pirata modisto de «Las majas del bergantín», aquella obra de marineros inspirada en la vida de un leñador que vivía solo con su loro: la adaptación no fue fácil.

Como Borges, como Maradona, como Federico Lupi, nos hizo enamorarnos de Argentina. Sus actuaciones han sido pieza clave en la educación humorística de innumerables espectadores que las fuimos descubriendo en cintas de casete, cedés, algún VHS, los carísimos DVD que intentábamos coleccionar, o, últimamente, los vídeos subidos a la red, que acumulan millones de visitas. Dicen que un artista bueno es inimitable, pero cuando es excelente se vuelve canónico, referencial y, por tanto, imitadísimo: ¿cuántas y cuántas veces habrán sido versionadas por sus seguidores?

Cervantes se inventó a Don Quijote, igual que Marcos Mundstock a Johan Sebastian Mastropiero. Los dos entendieron la vida desde una mirada «lúdica y lúcida», como defendió el argentino al recibir el Princesa de Asturias, desde la risa, la parodia y el cambio de perspectiva. Los dos han hecho mejor la vida de mucha gente que nunca conocerán. Los dos murieron el mismo día, pero de distinto año.

Decía Alejandro Dolina que Les Luthiers es la prueba de que para triunfar no es obligatorio ser estúpido. Poco reconforta tanto como encontrar un humorista cuyas bromas nacen de la lectura sutil de códigos paralelos, de la elipsis, la ironía y lo implícito. En definitiva: de la inteligencia.

Después de matarnos de la risa, ha muerto Marcos Mundstock, un referente y un estímulo para todos los que nos reímos en español, y lo ha hecho en plena pandemia. No sabemos si se ha ido dentro de un bajo barriltono o montado en mandocleta. Ahora que toca el ritual de revisitar algunos vídeos, nos reímos pese a todo, bajo la mascarilla.

Dani Alés es cómico de ‘stand-up’ y doctor en Literatura.

Marcos Mundstock de Les Luthiers

Tenía 77 años. Y desde febrero de 2019 enfrentaba un cáncer. Aquí, el repaso de una carrera como pocas: su infancia en Santa Fe, el vaso en la frente que le rompió Nacha Guevara, el origen de “Johann Sebastian Mastropiero” y sus límites en el humor

Hoy 22 de abril de 2020, se apagó la risa. Porque el humorista Marcos Mundstock, uno de los más brillantes de su generación, murió en la mañana de este miércoles, a los 77 años, en su casa de Buenos Aires. “Después de más de un año de lidiar con un problema de salud que se tornó irreversible, nuestro compañero y amigo finalmente partió”, dice el comunicado oficial difundido por Les Luthiers.

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En enero pasado se había anunciado que el artista se mantendría alejado de los escenarios a lo largo de todo el año. «Su prioridad para los próximos meses será guardar reposo, seguir adelante con su tratamiento y realizar, posteriormente, el debido proceso de rehabilitación”, se informó por entonces.

Si bien su voz de bajo fue marca registrada del grupo con el cual dejó una huella imborrable, Mundstock actuó en cine y en televisión, pero en ningún otro lugar fue más feliz que en el escenario que con sus compinches de toda la vida.

La historia de los Mundstock es una de las tantas historias de esos inmigrantes que terminaron de configurar la Argentina durante el período de entreguerras. Su padre, de origen judío asquenazi y de oficio de relojero, llegó en 1930 al puerto de Rosario procedente de Rava Ruska, una ciudad ucraniana en aquel entonces bajo órbita polaca. Unos años antes había venido su mamá, quien se instaló en Santa Fe. Un conocido los puso en contacto y se casaron en Rosario, donde nació su hermana. Años después volvieron a Santa Fe, y allí nació Marcos, un 25 de mayo del año 1942.

Fue a orillas del Paraná donde el pequeño Marcos hizo su primer chiste. Por la calle pasaba un camión que trasladaba cueros, y le comentó a su hermana: “Ahí llevan a los cueros para fabricar vacas”. La frase encerraba la picardía que lo acompañaría toda su vida.

La búsqueda de un horizonte mejor llevó en 1949 a los Mundstock a Buenos Aires, donde un familiar les hizo lugar en su departamento en el barrio de Once. Como primera generación de argentinos nativos, en Marcos convivían el idish que se escuchaba en su casa con el castellano que aprendía en la escuela y el italiano que lo cautivaba con las canzonettas y arias de ópera que emitía la radio. En esa triple frontera cultural Mundstock empezó a acercarse a la música. Su primer registro de música en vivo fue en una sinagoga, donde escuchaba a los cantantes litúrgicos, a quienes les reconocía “una voz muy operística”.

Mientras estudiaba en el colegio se dio cuenta que tenía un don especial para hacer reír a sus compañeros por fuera del libreto de los actos escolares. Y si bien eso no era bien visto por los docentes, en su interior algo se había despertado, esa chispa lo acompañaría para siempre.

Pero por ese entonces, los sueños del pequeño Marcos no eran muy diferentes a los de otros chicos. “Quise ser abogado, ingeniero, aviador, cowboy, benefactor de la humanidad, tenor de ópera, Tarzán, amante latino, futbolista y otras cosas más”, enumeraba. Cuando terminó el secundario entró en Ingeniería -más por mandato que por vocación-, mientras que, con mucho más placer, estudiaba locución en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER). Esos caminos en apariencia paralelos, pronto se cruzarían.

En ese universo de fórmulas matemáticas Mundstock encontró un resquicio artístico. La oportunidad se la brindó el coro. Allí se encontraron Gerardo Masana, estudiante de Arquitectura; Jorge Maronna, de Medicina; Daniel Rabinovich de Derecho y Carlos Núñez Cortés, de Química Biológica. De ese grupo que parecía tan distinto nacería un grupo que cambiaría la historia de la música y el humor en la Argentina: Les Luthiers.

El equipo de Les Luthiers de 71 al 73 que marcara época: Gerardo Masana, Maronna, Carlos Núñez Cortés, Mundstock, Ernesto Acher, Daniel Rabinovich y López Puccio (Foto: Archivo Atlántida)

El equipo de Les Luthiers de 71 al 73 que marcara época: Gerardo Masana, Maronna, Carlos Núñez Cortés, Mundstock, Ernesto Acher, Daniel Rabinovich y López Puccio (Foto: Archivo Atlántida)

Cuando el coro empezó a tener vida propia, Mundstock se aferró a él como un ancla. Abandonó la carrera de Ingeniería y el golpe militar encabezado por Juan Carlos Onganía lo dejó sin su trabajo de locutor en Radio Municipal. Pero Marcos no se bajoneó: había encontrado en la música coral una actividad que lo fascinaba, aunque lejos estaba de imaginar que fuera posible un futuro profesional ligado al ambiente artístico.

Luego de un festival de coros universitarios realizado en Tucumán se forma I Musicistiantecedente directo de Les Luthiers. Bajo la dirección de Masana, el grupo realiza una serie de conciertos en el Instituto Di Tella. Fue allí cuando empieza a cobrar vida un personaje clave para la historia de Mundstock y de Les Luthiers: Johann Sebastian Mastropiero. La criatura surgió de la invención de Mundstock y de la mezcla entre los nombres del compositor Johann Sebastian Bach con un personaje inventado, llamado Fredy Mastropiero.

El 4 de septiembre de 1967, Masana, Mundstock, Rabinovich y Maronna forman Les Luthiers. Los esperaba una Buenos Aires que hervía culturalmente. Pronto se hicieron un lugar, y Marcos tendría la tarea de aportar la mayoría de los textos y realizar las presentaciones. Su voz de bajo se convirtió en marca registrada; a eso le sumó su particular histrionismo entre lo formal y lo absurdo, lo que hacía que la gente lo amara.

 Su primer chiste lo hizo de niño. Vio un camión y le dijo a su hermana: ‘Ahí llevan a los cueros para fabricar vacas’. Esa picardía lo acompañaría toda su vida

Les Luthiers dejó de ser un secreto bien guardado en 1970, cuando programó una serie de presentaciones en un boliche ubicado en Congreso. Fue tal la repercusión del grupo que el local los contrató para hacer temporada en Mar del Plata. Allí también actuaba Nacha Guevara, quien según la leyenda no soportaba el éxito de los músicos. Cada función era un escándalo, hasta que un vaso de vidrio impactó en la frente de Mundstock. El saldo fueron seis puntos de sutura para el luthier, y dos meses de prisión en suspenso para la diva.

Los espectáculos se fueron sucediendo y el éxito pronto convirtió a Les Luthiers en un clásico del humor de habla hispana. En 1974 desembarcaron en España, primer paso de un amor recíproco que desembocó en el premio Princesa de Asturias en la categoría Comunicación y Humanidades, en 2017. Al recibir la noticia del premio Mundstock dijo con su “seriedad” característica: «El célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero está indignado, desde el rincón desde el que se esconde, por el otorgamiento del premio Princesa de Asturias a esos músicos que solo se ocupan en denigrarlo”.

En la ceremonia de premiación, Marcos tomó la voz y, entre agradecimientos y reconocimientos, lanzó una frase que definió al grupo y a su rol como guionista: “El ejercicio del humorismo, profesional o doméstico, más refinado o más burdo, oral, escrito, mímico, dibujado… mejora la vida, permite contemplar las cosas de una manera distinta, lúdica, pero sobre todo lúcida, a la cual no llegan otros mecanismos de la razón”.

Marcos Mundstock, Martin O'Connor, Jorge Maronna, Carlos Nunez Cortes, Carlos Lopez Puccio y Horacio Turano celebrando los 50 años de Les Luthiers (Foto: AFP / PIERRE-PHILIPPE MARCOU)

Marcos Mundstock, Martin O’Connor, Jorge Maronna, Carlos Nunez Cortes, Carlos Lopez Puccio y Horacio Turano celebrando los 50 años de Les Luthiers (Foto: AFP / PIERRE-PHILIPPE MARCOU)

El éxito del grupo fronteras afuera -con shows a lo largo de la América hispana y algunas aventuras en Brasil y Estados Unidos-, supuso un nuevo ejercicio para Mundstock a la hora de neutralizar algunos modismos propios del Río de la Plata. Le gustaba crear los textos en la soledad de su estudio casero, y con los años fue desarrollando una metodología laboral que le permitía ser prolífico sin perder la gracia ni caer en las repeticiones. “Hacer textos para ser escuchados tiene su clave: deben llevar el remate en la última palabra del párrafo”, explicaba. “Creo que el chiste suele ser una obra abierta, siempre modificable, y corrijo en forma permanente y sobre la marcha. Mis notas son un crucigrama”, agregaba a modo de receta. Claro que lo más importante estaba en su cabeza, y eso no se consigue en la farmacia.

Los 80 fueron los años del despegue masivo para Les Luthiers: su popularidad ya no tuvo frenos. Y en el siglo XXI se trasladó a las redes con millones de visualizaciones y likes. Sobre sus inicios, Marcos no evitaba una autocrítica. “Veo videos de los espectáculos viejos y los textos no me parecen muy diferentes a los que podemos escribir ahora, pero en lo que es el oficio teatral hemos cambiado mucho. Éramos lentísimos, nos deteníamos en momentos en los que no pasaba nada…», lamentaba, para rematar con humor: “La gente nos quería igual, yo no sé por qué».

En paralelo a su actividad en el grupo, Mundstock se metió en el cine. Fue la voz en off de Quebracho y Metegol, y puso el cuerpo tanto en dramas como Cama adentro y Roma, y comedias como No sos vos, soy yo y Mi primera boda, donde en la piel de un cura se lució en un diálogo lleno de guiños lutherianos con el rabino interpretado por su amigo Daniel Rabinovich.

En televisión, trabajó en La Argentina de Tato y Sorpresa y Media, y lo último que hizo fue la presentación de Pasado de copas.

Paradójicamente, siendo la voz y una de las caras representativas de Les Luthiers, su asignatura pendiente fue la música. De chico, en su casa no había lujos y ni se le ocurría sugerir la posibilidad de aprender algún instrumento. Cuando ganó sus primeros sueldos y pudo comprarse un piano, no tuvo constancia ni paciencia. “Quería aprender todo muy rápidamente y en la música, los tiempos de aprendizaje son muy difíciles de modificar”, contaba con algo de frustración.

Marcos Mundstock en mayo de 2018, con la placa con la cual la Ciudad de Buenos Aires le rindió homenaje (EFE/ Pablo Ramón)

Marcos Mundstock en mayo de 2018, con la placa con la cual la Ciudad de Buenos Aires le rindió homenaje (EFE/ Pablo Ramón)

En su vida personal, compartió la vida con la cardióloga Laura Glezer. Solía contar que se enamoró de ella “porque conoce mi corazón”. Juntos tuvieron a Lucía, su única hija, licenciada en Administración de Empresas, actriz y productora con la que compartía la pasión por el fútbol, un deporte que jugó hasta que el cuerpo se lo permitió. De chico era de Boca, hasta que en un partido contra Chacarita se dio cuenta que quería que ganaran los Funebreros “porque jugaban más lindo”.

El humor siempre lo acompañaba y con su voz seria podía hacer las reflexiones más graciosas sin perder la compostura. Como esa vez que interrumpió una ponencia en el Congreso Internacional de la Lengua con esta reflexión: “La expresión ‘me importa un bledo’ no tiene igual. ¿Alguien sabe lo que es un bledo? Algún día un ejército de bledos se lanzará sobre los hispanohablantes para vengarse de tantos siglos de ninguneo”.

En el mismo tono propuso “formas más directas” y cambiar expresiones como “donde manda capitán no manda marinero” por “el más explícito “donde manda capitán hay que ir”, o que en vez de “una golondrina no hace verano” usar “expresiones más vulgares” como “una golondrina no hace un carajo”. Eso sí, “con perdón de Gustavo Adolfo Bécquer”, decía.

En más de 50 años de profesión, forjó una relación de amistad y respeto mutuo con otros genios del humor como QuinoRoberto Fontanarrosa Alejandro Dolina, todos exponentes de un humor gracioso e inteligente. “A mí me gusta el humor por el ingenio, no necesito que sea muy intelectual. Entonces, me gusta el humor del tipo que sale y dice: ‘Mirá lo que digo’. En cambio, no me gusta el tipo que dice: ‘Mirá lo que me atrevo a decir’, y se pone impertinente. Ese humor no me mueve un pelo, entre otras cosas porque soy calvo, todo el mundo lo sabe”, decía, logrando que la humorada no tapara la sabiduría. Además, fijaba su límite: jamás hacer humor “sobre el dolor ajeno”.

Se fue Mundstock. Solía decir que por su inconfundible voz siempre lo convocaban para hacer de Dios o de psicoanalista. Seguramente, si Dios existe hoy le guiñará un ojo y lo dejará pasar sin problemas. Es que con tanto humor y tanta risa, Marcos tiene el Cielo bien ganado.

Marcos Mundstock

Marcos Mundstock