La muerte entre los Egipcios

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Para los egipcios, la existencia no se acababa con la muerte. Había algo después de la defunción y para que pudiera sobrevivir era necesario que el cuerpo que poseía en vida, permaneciera intacto.

Según ellos, el ser humano estaba compuesto por el khet (el cuerpo vivo) y por una serie de elementos inmateriales: El aj, el ba y el ka.

La misma palabra ka, que designa la fuerza vital impalpable del hombre, significa también en plural el alimento. En la Teología menfita, el relato de la creación menciona inmediatamente antes del establecimiento de la justicia – la creación de los kas-, «los que dan todo el sustento y todo el alimento». Las ofrendas de las tumbas están especialmente dedicadas al ka del hombre, a su fuerza vital. Las tumbas creaban las condiciones necesarias para la vida en el Más Allá. La tumba era el instrumento por el que se evitaba la desintegración de la personalidad del hombre como resultado de la crisis de la muerte, además de ser un lugar de transfiguración (saj): palabra aplicada a los ritos funerarios y que significa que el hombre se convierte en (aj), espíritu transfigurado.

El Juicio de Osiris es el acontecimiento más importante y trascendental para el difunto, dentro del conjunto de creencias de la mitología egipcia. Al abandonar la tumba, el alma adquiría la forma del muerto y el aspecto de un peregrino y se dirigía a un desierto donde era recibida por Hathor, que le ofrecía alimentos y agua y le prohibía volver atrás. Entonces el alma se enfrentaba a demonios y serpientes que intentaban devorarla y hacerla desaparecer.
Si los vencía tenía que cruzar un río de agua hirviendo y beber de él. Superada esta prueba se internaba en unos pantanos, donde unos monos intentaban atrapar las almas perdidas. El Libro de los Muertos y los diversos sortilegios que identificaban al difunto con una serie de divinidades eran los únicos que podían librar al sujeto y permitirle llegar al lago que precedía al reino de Osiris.

Una vez que el cadáver había sido momificado recibía el nombre de zet. Nuestro término «momia» se traducía como sähu y la acción de embalsamar era el ges (que significa «vendar», «rodear de vendas»). La palabra momia es un arabismo que proviene de mumiya que se traduce por «betún» o «asfalto».

-El aj: Equivaldría al cuerpo terrestre en el cielo. Es una fuerza espiritual con la que el difunto se reunía después de la muerte.
-El ba: Es el elemento espiritual más cercano a nuestra concepción del alma. Abandonaba el cuerpo al morir el individuo y tomaba el vuelo, conservando los atributos físicos que le habían pertenecido en vida y pudiendo interaccionar con el mundo material. Es el conjunto de la persona tal como se aparece después de la muerte. Significa «animación, manifestación». El Fénix es el Ba (la manifestación) de Re (Ra).
-El ka: Este concepto ha tenido varias interpretaciones a lo largo de la historia egipcia y de la historia de la egiptología. El primer significado que le fue atribuido fue el del «ser, la persona, la individualidad», seguido de otros tan diversos como «la proyección viva e iluminada de la figura humana» o «la fuerza vital y activa que llena al ser humano de vida». (El Espíritu).
Requería ofrendas funerarias al difunto para poder seguir existiendo, por lo que, podemos considerar que es la fuerza vital que se nutre con la alimentación y aquello que mantiene la vida física y espiritual. Cuando el ka se separa del khet, es decir, cuando el espíritu divino abandona el cuerpo, falta el sostén vital y llega la muerte.

Si para todas las cosas creadas la muerte corresponde a la destrucción del individuo, en el hombre provoca también la liberación del Ba, es decir, de su alma. Las acciones de los vivos estaban en estrecha relación con las de los muertos: Importancia de los ritos fúnebres y el culto de los difuntos.

El viaje más importante empieza con la separación del ka espiritual del cuerpo material. El ba, o alma, abandona la vida terrena y se cierne en el aire, desorientado, en torno al cadáver. La diosa Isis le acoge amorosamente bajo sus grandes alas y lo pone bajo la protección del sabio dios Anubis, para que le sirva de guía en el juicio divino.

Los egipcios, como los griegos, los babilonios y muchos otros pueblos, veían manifestaciones de los muertos en forma de pájaros, revoloteando cerca de los sitios que habían frecuentado. En las imágenes de las tumbas, los muertos se representan como pájaros con cabeza humana (posiblemente un recurso gráfico para distinguirlos de los auténticos pájaros).

Los muertos eran Aju: «Espíritus transfigurados». Como tales, nunca se les representaba, pues vivían en una esfera más allá de la comprensión del hombre. Los muertos se convertían en Aju mediante el ritual funerario. Si bien se manifestaban en la tierra en la forma de su Ba, como Aju estaban totalmente exentos de contacto con la humanidad. Se les veía por la noche como estrellas en el cielo, especialmente en su parte norte. Pues las estrellas circumpolares, que nunca se ponen, eran manifiestamente inmortales.

Osiris era una figura pasiva y sufriente. Asesinado por Set, llorado por Isis, dependía de la ayuda de su hijo Horus. Hombres y mujeres comenzaron a identificarse con Osiris en la muerte. Osiris revivía con el florecimiento anual del grano, con la inundación del río Nilo, con la luna, con Orión; los muertos, al convertirse en Osiris, adquirían la inmortalidad en los movimientos perennes de la naturaleza, y este ideal era de una antigüedad inmemorial en Egipto, puesto que se expresaba desde las épocas más remotas en el deseo de convertirse en Aju, espíritus transfigurados que orbitaban como «estrellas imperecederas alrededor del polo».

Ya sea que el objetivo del hombre muerto sea el circuito solar, el de las estrellas circumpolares, o el de la vida de Osiris, el deseo esencial es el mismo: ser absorbido por el gran ritmo del universo.

Los egipcios, que concebían el mundo como estático, concebían su condición futura como un movimiento perenne. Pero era el movimiento repetido el que formaba parte del orden establecido e inalterable del mundo.

Existe la creencia casi universal de que el muerto tiene que cruzar el agua. Los nombres de los obstáculos son esclarecedores: El Lago del Viento, el Lago de los Mil Pájaros acuáticos y el Lago del Chacal, también el Lago de los Juncos y el Lago del Amanecer. El Campo de los Juncos es el complemento imaginativo natural del agua como obstáculo que los muertos tienen que salvar. Es un lugar de purificación desde el cual se asciende al cielo. Si el muerto se une al sol, el obstáculo acuático se transforma en el Lago del Alba por donde el sol sale. Pero el agua por donde el sol sale también es al Nwn (Nun), el océano primordial, del que emergió el día de la creación y desde entonces envuelve y sostiene a la Tierra creada en medio de él.

El agua que había que atravesar puede concebirse como el océano primordial y el destino es la Isla de la Llama, donde el sol surge en la creación del mundo. También el sol desciende en el crepúsculo y atraviesa el mundo subterráneo antes de ascender al alba. El camino hacia la tumba conduce al gran circuito que abarca el cielo, el horizonte, el Campo de los Juncos y el mundo subterráneo.

Si hay agua que atravesar, tiene que haber un barquero. Si se imagina un Más Allá cerrado, debe haber una puerta o un portero. Conviene equiparse lo mejor posible con palabras mágicas. Conviene aparecer como alguien importante a quien los dioses están esperando, conviene ser dios uno mismo.

Las inscripciones antiguas están en consonancia con la convicción general de que los dioses insisten en la Maat (orden, justicia, verdad), y que aquellos que actúan contra ella están condenados. Los egipcios creían que la justicia y la verdad, formaban parte del orden cósmico. Para el egipcio, el hombre recto estaba en armonía con el orden divino.

Los cuarenta y dos jueces de los papiros funerarios tardíos, pertenecen a un orden enteramente distinto de pensamiento. Son tan sólo un obstáculo más a superar. Son un producto del miedo potenciado en este caso por una conciencia angustiada. La gente toma la precaución de enterrarse con un papiro que contenga una «declaración de inocencia». En ella afirman enfáticamente que no han hecho nada malo, sea lo que sea. Además llevan consigo una fórmula, (con frecuencia escrita en un abultado escarabeo) para impedir que sus propios corazones atestigüen en su contra.

Los egipcios estaban completamente convencidos de la necesidad de vivir de acuerdo con la decencia humana y de que los actos que también nosotros llamamos malos conducen al desastre. La ansiedad del egipcio al enfrentarse con la muerte contrasta fuertemente con la serenidad de sus firmes creencias en la vida futura. La inmortalidad es la transfiguración para participar en la vida del cosmos, la cual dispensa incluso las exigencias del sustento.

Los egipcios vivían en estrecho contacto con la naturaleza y encontraron en los acontecimientos cíclicos del año agrícola experiencias preñadas de significado. Compromiso profundamente emocional con fenómenos de la naturaleza tales como el curso del sol o la crecida y decrecida del Nilo. Relación entre la vida y la muerte: La muerte es una mera fase de la vida; el significado de la vida es tan acrónico como la muerte.

En la Duat, el espíritu del fallecido era guiado por el dios Anubis ante el tribunal de Osiris. Tras atravesar varios escenarios, como La montaña occidental, puerta del Hades, viajar por el tenebroso reino de Seth, escapar de gigantescos babuinos que intentan capturarles, ser asediados por los «enemigos de Osiris», esquivar a la serpiente Apofis y a dragones que escupen fuego y famélicos reptiles de cinco cabezas como amenazas terribles por doquier, se ciernen sobre ellos lamentos desgarradores de sombras vagantes, de seres rechazados por el espíritu. Pero seres divinos, y luminosos colaboran con Anubis, aportando su protección.

Llegan al final del reino tenebroso de Duat. Para salir de él deben cruzar siete puertas y para entrar en los salones del juicio de Osiris deben franquear diez pilonos (construcción con forma de pirámide truncada, a modo de gruesos muros, que erigidos por pares, flanquean la entrada principal de los templos del Antiguo Egipto; en el espacio dejado entre ambos se encuentra la puerta de acceso. Simbolizaban las paredes escarpadas a ambos lados del río Nilo). Cada puerta está vigilada por tres divinidades: el dios mago, el dios guardián y el dios interrogador.

Para poder pasar, el alma debe conocer las palabras mágicas adecuadas y el nombre secreto del Guardián del umbral. Franqueadas las siete puertas empieza el cruce de los diez pilonos y cada deidad que guarda el pilono le revela su «nombre secreto» para la eternidad. Después del último pilono el alma entra en los «Salones del Juicio de Osiris». Sentados en torno se encuentran los dioses del universo, los ka cósmicos, imágenes del mismo dios absoluto, en el que se reflejan con 1000 colores como en un gigantesco calidoscopio. En el centro, se levanta una pirámide escalonada por la que el alma agotada por la larga y difícil prueba, sube ayudada por Anubis. En lo alto de la pirámide se encuentran los cuatro jueces supremos, es decir, las parejas que han dado origen al mundo creado: Shu yTefnut (aire y fuego); Geb y Nut (tierra y cielo). Estos jueces, expresión de la creación divina y de la Justicia y la Verdad, presiden junto a Osiris. A los pies del dios-rey del Más Allá, se halla la gigantesca balanza con que se pesa el corazón de los difuntos.

Ha llegado el momento para  el alma de demostrar que «jamás ha hecho nada malo contra el prójimo«. El momento más grande que el antiguo Egipto ha dejado como legado a la ética mundial está contenido en tres frases: «Di pan al hambriento, di de beber al sediento, vestí a quien estaba desnudo…»

Estas frases o decretos de la bondad humana, se encuentran en numerosas tumbas, por lo que forman parte de los ideales que tres mil años antes preparaban ya el camino que conduce al reino de los cielos. Una vez que el alma ha confesado sus acciones, su corazón (que las contiene), es pesado. Anubis extraía mágicamente el ib (el corazón, que representa la conciencia y moralidad) y lo depositaba sobre uno de los dos platillos de una balanza. El ib era contrapesado con la pluma de Maat (símbolo de la verdad y la justicia universal), situada en el otro platillo. Mientras, un jurado compuesto por dioses le formulaba preguntas acerca de su conducta pasada, y dependiendo de sus respuestas el corazón disminuía o aumentaba de peso. El dios Thoth, actuando como escriba, anotaba los resultados y los entregaba a Osiris.

Al final del juicio Osiris dictaba sentencia: Si ésta era afirmativa, su ka y su Ba podían ir a encontrarse con la momia, conformar elAj y vivir eternamente en el Aaru (el paraíso de la mitología egipcia).

Si el veredicto era negativo, su ib era arrojado a Ammit, la devoradora de muertos, (un ser con cabeza de cocodrilo, melena, torso y brazos de león y piernas de hipopótamo), listo para engullir el alma culpable y arrastrarla a las tinieblas. Esto se denominaba la segunda  muerte y suponía para el difunto el final de su condición de inmortal; aquella persona dejaba de existir para la historia de Egipto.

Si el corazón es más liviano que la pluma, el alma demuestra su inocencia y el ka espiritual regresa a vivificarla por toda la eternidad. Entonces empezará la vida en el paraíso. El término «justificado» o «justo de voz» designa la condición del difunto que pasa con éxito la prueba del juicio ante el tribunal de Osiris. Esta escena llamada por los traductores griegos «psicostasis» o «pesaje del alma» constituye el capítulo 125 del Libro de los Muertos.

El difunto tenía que cumplir varios requisitos para que este veredicto fuera favorable: Sólo lo merecía aquel que podía presentar una conducta intachable. Las oraciones del Libro de los Muertos, además de servir para mostrar a los dioses un relato de vida sin faltas, eran una propuesta de comportamiento moral.

La última etapa del Gran Viaje hacia la eternidad presenta tres importantes aspectos:

El 1º, contenido en el pensamiento antiguo, donde la personalidad humana, una vez regenerada y justificada, sigue actuando como parte del todo y de la voluntad divina, uniéndose al  ejército de Horus para combatir el mal y el sufrimiento en la tierra.
El 2º, reflejado en los «Cuentos de Sinué»: …»Fue llevado al cielo y así se halló unido al disco del sol, y su cuerpo regresó a Aquel que lo había generado«.
El 3º, es la fusión del propio Ser con el Absoluto, puede leerse en: «… Yo soy el ayer, Yo soy el presente y conozco el mañana… Soy Ra (Dios) y Ra se identifica conmigo mismo… El Ser está en mí, el no ser está en mí… soy dueño del alma de Dios que me abriga en su seno«.

La idea de la celebración de un juicio después de la muerte, de un castigo para los impíos y una recompensa para los justos, no es patrimonio exclusivo de los egipcios. La balanza como instrumento de justicia también aparece en otras culturas. El cristianismo recogió  y adaptó varias de estas creencias. De esta manera en el Libro del Apocalipsis, se cita el Juicio final y la balanza se nos aparece en las manos de algún arcángel como San Miguel, en los capiteles de las columnas de catedrales, basílicas e iglesias, para recordar a los fieles que no sabían leer ni escribir, la figura del premio y del castigo divino.

La concepción egipcia de la vida en el Más Allá no difería demasiado de su vida terrenal, su día a día. Creían que el espíritu también tenía que trabajar las tierras del Duat para alimentarse. Esta creencia propició la aparición de los ushebtis, unas figurillas antropomorfas que tenían la función de sustituir en el otro mundo al difunto, en la realización de trabajos. Sus creencias dictaban que el espíritu (ka) abandonaba el cuerpo para asistir al tribunal de Osiris, y a los campos de Aalu, adquiriendo forma de ave, y que una vez acabado su peregrinaje regresaría al cuerpo. Para que el alma no se perdiera durante el peregrinaje, se colocaban mapas del Más Allá en las tumbas. En el Libro de los Muertosse encuentran una serie de fórmulas y recetas que habían de ayudar al difunto a salir airoso de tan ardua tarea. En caso de que el alma no encontrara el cuerpo al regresar, el ka desaparecería para siempre.

Otras divinidades presentes en la psicostasis eran Horus, que conducía al difunto en presencia de Osiris; Anubis, que vigilaba la balanza; Thoth, que registraba el resultado del juicio; Ammyt «la devoradora de muertos» que esperaba el veredicto para comerse el corazón del condenado y hacerlo desaparecer para siempre; los cuatro hijos de Horus, que se situaban sobre una flor de loto abierta; Isis y Neftis, etc.
El hombre nunca ha aceptado el hecho de que la vida se acabe con la muerte. Todas las civilizaciones han creado mundos de fantasía sobre el destino del alma (ka) después de la muerte, del mismo modo que se inventaron divinidades que la cuidaban y los ritos, procesos, ruegos y comportamientos que uno tenía que llevar a cabo para ser aceptado en el Más Allá y evitar un sufrimiento eterno del ka o simplemente la desaparición de éste.
García Blanco (2007) presenta la hipótesis de que esta iconografía de la psicostasis en los templos cristianos, tiene un origen pagano.

La iconografía egipcia del Libro de los Muertos, pervivió y fue «reutilizada» siglos más tarde por los artistas cristianos. Este curioso ciclo iconográfico de la psicostasis, no exento de hermetismo, aparece en templos en Francia, como el de Vezelay, San Lázaro de Autum, Amiens, Chartres, Bourges, Notre-Dame de París, etc. En España en la catedral de León y en numerosas iglesias y templos de época románica, muchos dedicados a San Miguel Arcángel.